jueves, 30 de abril de 2015

Decepción absoluta.

A 20 minutos del comienzo, este era el aspecto de las gradas.

 
Buscando ayer un enlace pirata me salió esto: “Barcelona-Olympiacós, si fuera necesario”. Fue entonces cuando me di cuenta de que la herida continuaba sangrando. Dejar pasar los días para no plasmar ciertas reflexiones en caliente no ha hecho que baje fiebre. Sigo decepcionado y cabreado. Decepcionado por el primer partido y cabreado por la derrota.
Con Johnny Rogers.

Decepción.

Decidí ir al Palau a ver el primer partido de la serie, aprovechando que no curraba ese día. Para mí, pocos partidos había en Europa más atractivos que ese. ¡Cuál fue mi sorpresa al ver que a menos de media hora del inicio el pabellón estaba vacío! ¡En Grecia eso es impensable! Nadie en el metro con camisetas, taquillas vacías, colas en las afueras… ¡para hacerse una foto virtual con Iniesta!, turistas que seguro que no sabían quién era Spanoulis, etc… Si ese es el ambiente que hay en los alrededores del Palau cuando el Barça juega en Euroleague contra el Olympiacós, ¿cómo será en partidos ACB? Quizás el problema sea yo, lo reconozco, acostumbrado a ir a ver al Aris, no sé. ¿No fue la gente al Palau porque prefirió ir al bar a ver el PSG-Barça que se jugaba dos horas después? ¿No hay en Barcelona 7000 aficionados que prefieran el baloncesto al fútbol? Iluso de mí, creía que el Palau se llenaría. Siendo día laborable, confiaba en que la gente llegaría tarde, pero no fallaría. Me equivoqué. El aspecto de las gradas era desolador. En la esquina superior había un grupo de unos 30 griegos, callados, rodeados de policías. No sé si callaban por timidez o por contagio. Se esperaban una boda y se metieron en un entierro. Los únicos irreductibles, los Dracs, no dejaron de animar a pesar de que por momentos parecían peleados con Sang Culé. Los cantos de unos y de otros se confundían. En Grecia sólo hay un grupo que canta y todo el pabellón le sigue.

El Palau era todo lo contrario a una olla a presión. Todo lo contrario a lo que debería ser. Y eso de que en pleno Siglo XXI vayas a reservar entrada y haya “una zona de visibilidad reducida”… ¡Qué cutre!   

El hecho de que el Olympiacós no se presentase al primer partido, no ayudó a mejorar las cosas. Yo esperaba que ganase el Barça sudando sangre, no dándose un paseo militar. Spanoulis estuvo casi toda la segunda parte sentado en el banquillo pensando en el segundo encuentro, Printezis tuvo un pequeño susto y pidió el cambio, Hunter fue reservado, Lojeski estuvo errático… Incluso Sfairópoulos parecía tomarse el partido como una prueba para lo que vendría. Cambios y más cambios hasta que perdió la cuenta de tiempos muertos. Ni una queja, ni un grito, ni una mala palabra. Al contrario, susurró algo al oído de Hunter, chocó su mano e hizo jugar a Agravanis y Papapetrou, los mejores del equipo esa noche.

Los triples estratosféricos de Navarro y los mates de Hezonja hicieron las delicias de los asistentes, que vieron, en líneas generales, un buen Barça. La lesión de Oleson cuando ya estaba todo decidido y la baja forma de Doellman, las peores noticias para los azulgranas.

Cabreo.

Todos sabíamos que el Olympiacós no había dicho la última palabra. Quiero pensar que Xavi Pascual y los jugadores culés también. El play off del año pasado contra el Madrid y la manera de ganar sus dos últimas Euroligas nos daban la pista. Estaba claro que los rojiblancos iban a morir con las botas puestas.

A partir del segundo choque, Sfairópoulos se disfrazó de Obradovic y convirtió la serie en el play off Barça-Panathinaikós de la temporada 2010-2011. La telaraña, la lucha cuerpo a cuerpo y el barro. Los culés se atascaron, no supieron aprovechar la enorme superioridad interior y empezaron a mirar a los árbitros. El Olympiacós pasó a dominarlo absolutamente todo, desde la iniciativa en la faltas tácticas hasta el rebote. Un bloque sin fisuras contra el que se estrellaba una y otra vez el ataque catalán. Seguí el partido por la radio de camino al trabajo (RAC1 y Catradio) y todos coincidían en lo mismo: el Barça era un “querer y no poder”. Sensación total de impotencia.

La euforia se desató en Grecia, con portadas que hablaban de épica, de victoria histórica y de eliminatoria sentenciada. Pero fueron los jugadores griegos, empezando por Spanoulis y siguiendo por Printezis, los primeros en frenar dicha euforia. Y Sfairópoulos, claro, un entrenador modesto y trabajador donde los haya que no se deja llevar por las olas.

El Barça pudo ganar los dos partidos de El Pireo. ¿Por qué no lo hizo?

- Porque el Olympiacós jugó con una mentalidad de hierro y el Barça no.

- Porque el Olympiacós jugó con más dureza. En momentos clave, el Barça se mostró blando. La pésima defensa de Justin Doellman en el poste bajo nos sirve de ejemplo práctico.

- Porque el Olympiacós sigue teniendo tíos, no muchachos. Profesionales que nunca se rinden y a los que no les tiembla el pulso en estos partidos. No importa si se llaman Pero Antic, Kyle Hines, Vasilis Spanoulis o Giorgos Printezis. El Barça sólo tiene un jugador así y todos sabemos quien es y cómo está físicamente.

- Porque el público empujó como tiene que hacerlo. La comunión entre la afición y el equipo rojiblanco fue perfecta. El pabellón lleno hasta la bandera desde una hora antes de los partidos, como debe ser.

No hablo de táctica porque en estos partidos hay ciertas cosas que pesan más. Que si Pascual sentó a Lampe en el tercer encuentro, que si marginó a Hezonja y a Abrines… Al Barça le flaquearon las fuerzas en el peor momento y el Olympiacós mentalmente se lo comió. Esa bola que pierde Tomic acaba convertida en una liebre perseguida por cinco galgos.

No hablo de los árbitros, que pitaron claramente a favor del Olympiacós en el cuarto partido, porque a pesar de ese factor, los griegos ganaron merecidamente. Vencer tres partidos seguidos en poco más de una semana al Barcelona no es fruto de la casualidad ni de los robos arbitrales. Si como todos dicen, “en Grecia siempre pasa igual”, la plantilla debería estar preparada mentalmente para eso. Demasiadas miradas y muchos aspavientos.

Para impresionar al rival e “intimidar” a los árbitros, lo primero es llenar el campo. No puedes pretender llegar lejos si no sacas ventaja del factor cancha. Me niego a pensar que haya tan pocos aficionados al baloncesto en Barcelona. Quizás las respuestas al desarraigo haya que buscarlas en una plantilla llena de jugadores de quita y pon, que hoy están en el Barça y mañana en otro club.

Hay mucha calidad en ese vestuario, pero pocos jugadores de la casa que se identifiquen con el club, con la ciudad y la historia de la camiseta. Tampoco hay extranjeros en la plantilla con la personalidad y el carisma de Bodiroga o Jasikevicius, y si me apuras de Lakovic, Basile o Fucka. Todo lo contrario de lo que sucede en el Olympiacós, que mezcla canteranos, nacionales implicados con la causa y extranjeros luchadores.